Escritura de texto curatorial para el "Portafolio de obra: Edith Soza Romero".
Publicado el año 2025.
Portafolio de obra
www.edithsoza.com
Dirección Editorial: Rodrigo Villalón Ardisoni.
www.edicioneschalla.cl
Investigación: Ana M. Soza R.
Fotografías: Rodrigo Villalón Ardisoni, archivo Edith Soza.
Textos: Víctor García Guillén, Edith Soza, Anna Hurtado y Ana M. Soza R.
Diseño: Carolina Zañartu Salas, Rodrigo Villalón Ardisoni.
Impresión: Ograma.
Primera Edición / 300 ejemplares. Abril 2025.
FRONTERA NORTE - Publicación 20-08-25
REGISTRO DEL LANZAMIENTO DEL PORTAFOLIO EN LA UNIVERSIDAD DE TARAPACÁ
VIDEO DE REGISTRO DE LANZAMIENTO EN CODPA
Diario LA ESTRELLA DE ARICA publicación 27-08-25 página 18
TEXTO:
De todos sus cuerpos de obra, quizás el que más se admira de esta autora ha sido el que tiene relación
con los metales. Y por encima del esmalte al fuego, el grabado con ácido y la orfebrería en general, el
repujado se levanta como el estandarte de su expertice más pulida. Si bien, dentro de las artes visuales, el objeto artístico se juega su propósito a través de la superficie (que es por donde el espectador hace lectura de la imagen), una de las principales características del trabajo de Edith Soza Romero trasciende la belleza del objeto, en cuanto a que apela al hacer como un acto de meditación o de reflexión. A través de sus obras, Edith marca hitos, que son indisociables de su biografía.
Ella lo cuenta de esta manera: “Los repujados son como mis hijos. Me cuesta desprenderme de ellos.
Cada uno me ha acompañado en un momento puntual de mi vida. Nacen desde una pulsión. Algo de
mí se queda en ellos y si se van, se va esa parte de mí”. Esto se entiende de mejor manera, cuando se
toma en cuenta que cada obra en metal martillado ha sido creada en rangos de tiempo que superan la
norma de un trabajo pensado para ser vendido “y ser vendido rápidamente”, como diría Ezra Pound. Las
claras demarcaciones de las sinuosidades y suntuosidades que conforman las figuras de su oficio que
representan los reinos de lo ornamental, lo natural y lo humano, hacen de sus composiciones un sistema
complejo de relaciones, que exige un conocimiento de la iconografía local, código de la imagen, que apela a nuestros pueblos originarios como parte de la misma identidad de la autora, desde mucho antes que los movimientos indigenistas internacionales marcaran su fuerte presencia en la década de los 90s. En este sentido, el arte de Edith no deja de ser un arte político, tomando en cuenta que visibiliza y reafirma la belleza de nuestra tierra, la cual, como es bien sabido, es una belleza que se aleja del canon europeo y por lo mismo ha sido fuertemente discriminada. Es en eso que se sostiene su incidencia dentro de la polis que aleja su obra de lo meramente decorativo y entrega, por qué no decirlo, un tipo de ajusticiamiento.
Quienes hemos tenido la oportunidad de aprender la técnica en su taller, sabemos medir el esfuerzo de
su trabajo, sólo con mirarlo. Es el repujado, como la escultura en general, un medio de creación que el
espectador sin formación no puede dimensionar con claridad, desde el punto de vista del tiempo o la
energía gastada o, incluso, desde el pensamiento abstracto tridimensional. Es distinto cuando se habla
del dibujo. La gran mayoría de las personas sabe lo que se demora su propia mano moviendo un lápiz
de un lado a otro. Cuando la experiencia del hacer existe, el espectador puede ver en el trabajo de Edith
meses, si no uno o más años, de golpes de martillo sobre un metal recosido puesto sobre una cama de
brea, con pausas significativas de contemplación y reflexión en torno al proceso. Sin embargo, quien se
mantiene ignorante de los procedimientos técnicos, puede acercarse a la obra desde la inocencia, sintiendo la magia de la pulcritud y la voluntad de forma. Sea cual sea el caso, los metales de Edith no son vistos con indiferencia por el público sensible. De todos sus cuerpos de obra, quizás el que más se admira de esta autora ha sido el que tiene relación
con los metales. Y por encima del esmalte al fuego, el grabado con ácido y la orfebrería en general, el
repujado se levanta como el estandarte de su expertice más pulida.
Si bien, dentro de las artes visuales, el objeto artístico se juega su propósito a través de la superficie (que
es por donde el espectador hace lectura de la imagen), una de las principales características del trabajo
de Edith Soza Romero trasciende la belleza del objeto, en cuanto a que apela al hacer como un acto de
meditación o de reflexión. A través de sus obras, Edith marca hitos, que son indisociables de su biografía.
Ella lo cuenta de esta manera: “Los repujados son como mis hijos. Me cuesta desprenderme de ellos.
Cada uno me ha acompañado en un momento puntual de mi vida. Nacen desde una pulsión. Algo de
mí se queda en ellos y si se van, se va esa parte de mí”. Esto se entiende de mejor manera, cuando se
toma en cuenta que cada obra en metal martillado ha sido creada en rangos de tiempo que superan la
norma de un trabajo pensado para ser vendido “y ser vendido rápidamente”, como diría Ezra Pound. Las
claras demarcaciones de las sinuosidades y suntuosidades que conforman las figuras de su oficio que
representan los reinos de lo ornamental, lo natural y lo humano, hacen de sus composiciones un sistema
complejo de relaciones, que exige un conocimiento de la iconografía local, código de la imagen, que apela
a nuestros pueblos originarios como parte de la misma identidad de la autora, desde mucho antes que
los movimientos indigenistas internacionales marcaran su fuerte presencia en la década de los 90s. En
este sentido, el arte de Edith no deja de ser un arte político, tomando en cuenta que visibiliza y reafirma la
belleza de nuestra tierra, la cual, como es bien sabido, es una belleza que se aleja del canon europeo y por
lo mismo ha sido fuertemente discriminada. Es en eso que se sostiene su incidencia dentro de la polis
que aleja su obra de lo meramente decorativo y entrega, por qué no decirlo, un tipo de ajusticiamiento.
Quienes hemos tenido la oportunidad de aprender la técnica en su taller, sabemos medir el esfuerzo de
su trabajo, sólo con mirarlo. Es el repujado, como la escultura en general, un medio de creación que el
espectador sin formación no puede dimensionar con claridad, desde el punto de vista del tiempo o la
energía gastada o, incluso, desde el pensamiento abstracto tridimensional. Es distinto cuando se habla
del dibujo. La gran mayoría de las personas sabe lo que se demora su propia mano moviendo un lápiz
de un lado a otro. Cuando la experiencia del hacer existe, el espectador puede ver en el trabajo de Edith
meses, si no uno o más años, de golpes de martillo sobre un metal recosido puesto sobre una cama de
brea, con pausas significativas de contemplación y reflexión en torno al proceso. Sin embargo, quien se
mantiene ignorante de los procedimientos técnicos, puede acercarse a la obra desde la inocencia, sintiendo la magia de la pulcritud y la voluntad de forma. Sea cual sea el caso, los metales de Edith no son
vistos con indiferencia por el público sensible.
Un comentario como en los viejos tiempos.
ResponderBorrarBuenos tiempos
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